Otras lecturas de “La Peste”, la novela de Camus que revivió con el COVID-19
Por Alberto Amato
Docente del Taller de Escritura de la Tecnicatura en Comunicación de las Ciencias
Una rata muerta, una rata grande en medio del rellano de la escalera. El doctor Bernard Rieux la aparta casi indiferente y sale, luego vuelve para avisarle al portero, el viejo Michel, que afirma que en la casa no hay ratas y que eso debe ser una broma de alguien de mal gusto. El doctor Bernard Rieux sigue su camino, pero al regresar a su departamento esa misma tarde, lo sorprende otra rata enorme, “con el pelaje mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí misma lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto”.
Con este texto inquietante, Albert Camus inició su novela “La Peste”, una fantástica metáfora sobre el nazismo, escrita en los años inmediatos al final de la Segunda Guerra Mundial. El libro, que ya tiene más de siete décadas y permanecía en el rincón de los casi olvidados, esos libros del que muchos hablan pero pocos leyeron, hasta que trepó en los últimos dos meses en la lista de los más vendidos, impulsado por el coronavirus.
Camus ubicó la acción de “La Peste” en la ciudad argelina de Orán, él era argelino cuando Argelia era colonia francesa, y en la década del 40 del siglo pasado, los años del auge del Tercer Reich de Adolfo Hitler. Orán fue diezmada en 1849 por una epidemia de peste bubónica y acaso Camus haya evocado aquel episodio a la hora de elegir el escenario de su novela.
La trama es simple, en apariencia. El doctor Rieux atiende a sus pacientes, uno de ellos muere en sus brazos, mientras en la ciudad aparecen cada vez más ratas muertas. Rieux y sus colegas sospechan, con razón, de un brote de peste bubónica. El ritmo frenético de la pujante ciudad costera sobre el Mediterráneo, se detiene. Las autoridades dictan de inmediato medidas de aislamiento que restringen, cuando no suprimen, las libertades individuales; medidas destinadas a protegerlos, tal como el nazismo, las dictaduras y los gobiernos autoritarios hicieron y hacen ante la ilusión de un llamado “bien superior”.
“A partir de ese momento, -cuenta el narrador–se puede decir que la peste fue nuestro único asunto. Hasta entonces, a pesar de la sorpresa y la inquietud que habían causado aquellos acontecimientos singulares, cada uno de nuestros conciudadanos había continuado sus ocupaciones, como había podido, en su puesto habitual. Y, sin duda, esto debía continuar. Pero una vez cerradas las puertas, se dieron cuenta de que estaban, y el narrador también, atrapados en la misma red y que había que arreglárselas”:
Camus retrata el aislamiento con palabras que parecen haberse escrito hoy: “Una de las consecuencias más notables de la clausura de las puertas fue, en efecto, la súbita separación en que quedaron algunos seres que no estaban preparados para ello. Madres e hijos, esposos, amantes que habían creído aceptar días antes una separación temporal, que se habían abrazado en la estación sin más que dos o tres recomendaciones, seguros de volverse a ver pocos días o pocas semanas más tarde, sumidos en la estúpida confianza humana, apenas distraídos por la partida de sus preocupaciones habituales, se vieron de pronto separados, sin recursos, impedidos de reunirse o de comunicarse.”
Una de las tesis no expuestas de Camus, en una de las tantas lecturas que tiene su novela, es que las grandes crisis hacen florecer lo peor del ser humano, su egoísmo, la carencia de solidaridad, la inmadurez, la irracionalidad, el pánico. Pero que al mismo tiempo también surge lo mejor, el doctor Rieux es uno de los tantos que sacrifican su bienestar para proteger a los otros. Las grandes epidemias, dice Camus sin decirlo, son biológicas pero también son morales. Y el aislamiento obligatorio bien puede ser una oportunidad de ahondar en nosotros.
Una de las tesis no expuestas de Camus es que las grandes crisis hacen florecer lo peor del ser humano, su egoísmo, la carencia de solidaridad, el pánico. Pero al mismo tiempo también surge lo mejor.
Ateo y comunista, repudió los crímenes del estalinismo lo que le costó el ostracismo en el comunismo francés y la ruptura definitiva de su vieja amistad con Jean Paul Sartre, con quien había compartido los días de gloria del periódico “Combat” durante la ocupación nazi de Francia, Camus afirma que la fe es una forma de aceptar la impotencia, pero también apunta que el escepticismo no nos hace mejores, sólo más indefensos.
El doctor Rieux, su amigo Jean Tarrou, el doctor Castels y quienes luchan contra la peste en el Orán de Camus, se horrorizan ante el sufrimiento de los chicos, otra parábola de la infancia asesinada en los campos nazis de concentración. Rieux se rebela ante la agonía de un chico: “Ya habían visto morir a otros niños puesto que los horrores de aquellos meses no se habían detenido ante nada, pero no habían seguido nunca sus sufrimientos minuto tras minuto, como estaba haciendo desde el amanecer. Y, sin duda, el dolor infligido a aquel inocente nunca había dejado de parecerles lo que en realidad era: un escándalo”. Un sacerdote, el padre Paneloux, coincide con Rieux con un argumento tolerante, acaso fraterno, amparado en su fe: “Esto subleva porque sobrepasa nuestra medida. Pero es posible que debamos amar lo que no podemos comprender”.
La peste que sacude a Orán provoca tedio y acostumbramiento: “Al grande y furioso impulso de las primeras semanas había sucedido un decaimiento que hubiera sido erróneo tomar por resignación, pero que no dejaba de ser una especie de consentimiento provisional”. La epidemia que cae sobre Orán, la que cayó sobre Europa en los años 30 y 40, sacude los espíritus, deja expuesta la fragilidad de la vida, busca una ética entre el terror y el coraje, entre el abatimiento y el heroísmo, pone a prueba nuestras almas y deja un interrogante sin respuesta: ¿cómo será recordada la peste?
Camus, un humanista, tiene una certeza: “Hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”. A modo de desafío de esa dignidad, en el final de su novela, en pocas admirables líneas, deja en claro que la peste, el nazismo ayer, la peste bubónica en la Orán ficticia, el coronavirus hoy, podrá ser derrotada, pero estará siempre al acecho:
“Oyendo
los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta
alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa
ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere
ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los
muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas,
en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la
peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte sus ratas y las
mande a morir en una ciudad dichosa”.
La Peste, en diez frases
Tal vez sea una paradoja pero “La Peste” no le gustaba a Camus. Decía, inflexible y de una brutal honestidad para juzgarse, que era una de sus peores novelas. En una carta de agosto de 1946 al intelectual italiano Nicola Chiaromonte, Camus admite: “Acabo de terminar “La Peste”, pero estoy lejos de encontrar bueno este libro que dudo en permitir que sea publicado”.
Ya muerto Camus, Saúl Bellow coincidió con el francés, dijo que “La Peste” era sólo una idea, “¿Buena o mala? No tan buena en mi opinión”. No hace mucho, otro Premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, también implacable excepto para con él mismo, calificó a “La Peste” como “la peor novela de Camus” y como “ese libro mediocre”. El español Javier Cercas recordó el encanto con que leyó la novela en su adolescencia, pero la encontró un poco decepcionante al releerla “No digo, por supuesto, que sea una mala novela. Digo que está lejos del mejor Camus o del Camus que más me gusta. Cercas acaso ignora que nunca debemos releer los libros que iluminaron nuestra adolescencia.
Camus no impidió la publicación de “La Peste”.
Estas son diez de sus frases más brillantes.
“Pues el amor exige un poco de porvenir y para nosotros no había ya más que instantes”
“El hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma”.
“Si la epidemia se extiende, la moral se ensanchará también”
“En el momento de la desgracia es cuando se acostumbra uno a la verdad, es decir al silencio”.
“Sucede a veces que se sufre durante mucho tiempo sin saberlo”.
“Las hipótesis, en la ciencia como en la vida, son siempre peligrosas”.
“-Bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes, pero si no es capaz de un gran sentimiento, no me interesa”.
“-Es incapaz de sufrir o de ser feliz largo tiempo. Por lo tanto, no es capaz de nada que valga la pena”.
“-No padre, yo tengo otra idea del amor y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados”.
“¿Quién podría afirmar que una eternidad de dicha puede compensar un instante e dolor humano?”
El Primer Hombre
Albert Camus nació en la Argelia francesa el 7 de noviembre de 1913 y murió muy joven, a los 47 años, en un accidente de carretera, el 4 de enero de 1960, cuando regresaba a París desde Lourmarin, un pueblo del sur de Francia donde había comprado su primera casa y que guarda sus restos en el pequeño cementerio local. Al volante del auto, que se estrelló en la ruta, iba el editor francés Michel Gallimard. Entre los papeles de Camus que se recogieron el sitio del accidente, en el que hubo una tercera víctima olvidada, Floc, el perro de Gallimard, se hallaron los apuntes de una gran obra autobiográfica reunida por su hija Catherine y publicada bajo el título de “El Primer Hombre” en 1994.
La paupérrima familia de Camus de agricultores franceses, sufrió la muerte del padre en la Primera Guerra Mundial; el chico Albert, de menos de un año, fue criado por su abuela analfabeta y casi muda. Fue un maestro de la primaria, Louis Germain, quien puso a Camus en el camino del conocimiento. El escritor le guardó una eterna gratitud y, después de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1957, le envió una emotiva carta de reconocimiento: “He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto (…)”
Todos los escritos de Camus, novelas, ensayos y obras de teatro, ahondan en la condición humana, en preguntarse casi sin respuestas cuál es el sentido de la vida y si en verdad vale la pena que sea vivida, consciente de una certeza inquietante: el hombre no controla nada, como sugiere en “La Peste”.
Desdeñó las etiquetas que lo calificaron como un profeta del absurdo, y aún como un símbolo del existencialismo, del que se consideró ajeno aunque fue su involuntario representante. Rescató siempre la idea de la libertad individual, casi como un derecho supremo. Instalado en París fue periodista, abrazó esa profesión con fervor, para el periódico “París-Soir” y más tarde lector de textos para la editorial Gallimard, a la que ligó buena parte de su vida.
Adhirió al Partido Comunista de Francia, al que abandonó luego enterado de los crímenes del estalinismo, y simpatizó en parte con el anarquismo. Participó de la resistencia francesa cuando la ocupación nazi de Francia y, junto a Jean Paul Sartre, escribió páginas brillantes en el periódico “Combat”. El renunciamiento de Camus al comunismo quebró la amistad de años con Sartre y la convirtió en una cruenta enemistad.
En 1942 publicó su primera novela, “El Extranjero”, título que acaso debió haber sido traducido como “El Extraño”, en el que narra la historia del señor Meursalt, que mata y es condenado a muerte, que jamás expresará emoción alguna ni ante su crimen ni ante su ajusticiamiento; una pasividad y un escepticismo que lo hacen extranjero, extraño a la propia existencia. Es también autor de obras fundamentales de la literatura francesa y mundial: “La Peste”, “El mito de Sísifo”, “Calígula”, “La caída”, “El hombre rebelde” entre tantas otras.
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