Reflexiones sobre la pandemia
Por Guillermo Mas – Docente
Mientras el SARS-CoV2 pone en alerta a todos los países del mundo y la humanidad se sumerge en una cuarentena sin precedentes, con más incertidumbre que certezas, muchas preguntas empiezan a formarse en nuestras mentes. ¿Somos responsables? ¿Es culpa nuestra? ¿Pudimos haberlo evitado? ¿Y ahora, cuál es el rumbo?
Muchos piensan que esta pandemia es un punto de inflexión para nuestra sociedad. Y sería bueno que lo sea. Hace décadas que discutimos los efectos que nuestras actividades tienen sobre el planeta, sobre los seres vivos que nos acompañan, sobre nosotros mismos. Y en todos estos años, nos preguntábamos “¿podemos hacerlo mejor?”. Quizás dejamos de lado otra pregunta más importante: ¿podemos hacer otra cosa?
Hemos construido un sistema mundial de comercio sin límites geográficos. Podemos viajar y llevar lo que sea donde sea. El medio ambiente viene pagando el costo. En contaminación, en alteración y pérdida de hábitats naturales y en el transporte accidental de especies que, introducidas en nuevos ambientes, empiezan a competir y desplazar a las especies nativas. Conocidas como “invasiones biológicas”, representan una de las 5 grandes amenazas a la biodiversidad, junto con la sobreexplotación de recursos naturales, la contaminación, el cambio en el uso del suelo y el cambio climático. Obviamente, estos indeseados polizontes incluyen a microorganismos patógenos como el virus que se ha diseminado a todo el mundo y ha generado la actual pandemia. Estas vez, las víctimas somos nosotros.
Por otro lado, la economía mundial se orienta al consumo. No a la satisfacción de necesidades, sino al consumo. Se invierten más recursos en envoltorios y paquetes de lo que se invierte en la calidad de los productos. Nuestros cultivos están siendo modificados para que soporten las condiciones de traslado y almacenamiento, en vez de mejorarse sus cualidades nutricionales, por ejemplo. Para gran parte de la población mundial, adquirir alimentos es recogerlos de una góndola en un supermercado. El contacto con la tierra, las plantas y los animales que producen esos alimentos está muy lejos. La contaminación está lejos, al menos en nuestra percepción. Las tierras que se desertifican, los bosques y selvas que se talan, los animales que mueren por la brutalidad de nuestras prácticas, incluso los campos de refugiados atestados de personas que escapan de las guerras, la pobreza y la exclusión que genera la economía mundial, están muy, muy lejos.
Finalmente, la crisis golpea a nuestra puerta. Encerrados, arrinconados, empezamos a sentir incertidumbre acerca de las cosas que dábamos por seguras. Hasta experimentamos algunas de las privaciones que antes nos eran ajenas, aunque eran un problema de otros. Millones de personas alrededor del mundo han perdido sus trabajos. Sin ingresos, su sustento cotidiano y el de sus familias peligran. Estamos atrapados en refugios de cemento, rodeados de bienes que apenas alcanzan a enmascarar el vacío que dejan otras necesidades insatisfechas: el contacto, el afecto, el aire libre, caminar, trabajar, comer.
Y una reflexión es que tal vez nos alejamos demasiado de nuestra gran madre, la Tierra. Ella es, en definitiva, quien nos brinda todo. Desde nuestros alimentos y bienes, hasta el agua que bebemos y el aire que respiramos. Nos despreocupamos y centramos nuestra atención en otras cosas más entretenidas. Espectáculos, comodidades, lujos. Dejamos de prestar atención a como se trata la tierra, al aire, al agua, a la vida de nuestro planeta. Incluso, dejamos de prestar atención al trato que reciben otros seres humanos.
Hoy sufrimos casi todos por igual. Quizás es un buen momento, mientras buscamos la salida de esta crisis, de que recordemos todo aquello que descuidamos y le devolvamos la atención a lo que importa. Volvamos a valorar el conocimiento e informémonos responsablemente. Reconozcamos el valor de las personas que nos rodean y reforcemos los lazos con nuestros vecinos, fortaleciendo las iniciativas comunitarias y colaborando con el bienestar común. Revisemos, analicemos y repensemos como producimos y distribuimos los bienes y riquezas que sostienen nuestra calidad de vida. Diseñemos un mundo y una economía con mayor equidad, con mayor justicia, con menos exclusión, donde las oportunidades estén disponibles para todos y el conocimiento y el trabajo tengan la recompensa que merecen. Y, tan importante como todo lo anterior, cuidemos nuestro planeta, preservemos sus ciclos naturales, respetemos a sus seres vivos. El conocimiento para lograrlo ya existe. Que “armonía” sea el nuevo paradigma en nuestra economía.
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