La desigualdad de género en todos los ámbitos tiene su origen en estereotipos y prejuicios construídos socialmente a lo largo de los siglos. Los prejuicios no responden a la realidad pero condicionan el comportamiento de la sociedad. El deporte es un ámbito donde se reproducen estas situaciones; las reglas para ambos sexos solo son iguales dentro del campo de juego.
El movimiento feminista mundial viene a visibilizar las desigualdades históricas que hemos padecido las mujeres. Se sabe que las mismas perciben un 27% a 30% menos del salario que reciben los hombres en un mismo puesto de trabajo. Las desventajas históricas y sociales también han impedido que las deportistas se encuentren protegidas por la igualdad de derechos.
Por otro lado, la paridad de género es la presencia y participación equitativa de mujeres y varones en un ambiente específico.
El llamado “Techo de Cristal” refiere a todas las dificultades que encuentra la mujer por el solo hecho de serlo, para acceder a cargos ejecutivos en las empresas y organizaciones.
El deporte no escapa a este destino. Casi en su totalidad, los cargos directivos de los clubes están ocupados por hombres, así como también los equipos técnicos, las federaciones, asociaciones y ligas, incluso de los deportes femeninos.
En cuanto a la representación deportiva, las mujeres han sufrido la invisibilización de sus esfuerzos y victorias en los medios, la poca o nula cobertura periodística de los eventos deportivos femeninos.
En las competencias nacionales e internacionales, se les otorga prioridad a los equipos masculinos al elegir horarios, la cancha más favorable para las prácticas, la cancha central para la competencia, se los aloja primero al llegar al destino, las marcas de indumentaria deportiva han distribuido durante años los talles masculinos que las deportistas han debido ajustar a su medida, y hay infinidad de anécdotas sobre la distribución despareja de premios. De la misma forma se otorgan inequitativamente las plazas (y el presupuesto) para viajar a las competencias; no se asignan los mismos recursos y hay poco apoyo empresarial con lo cual las posibilidades para prepararse para una competencia son solo para unas pocas.
Por otro lado, se dificulta combinar la práctica deportiva con los roles asignados históricamente de cuidado del hogar, las y los niños y las y los adultos mayores, por lo tanto, una vez ingresan en sus estudios superiores y/o en el mercado laboral muchas deportistas abandonan la práctica deportiva.
Un poco de historia
En los comienzos de la historia del deporte, había una asignación social masculina de la práctica deportiva, donde se alertaba a las mujeres que la misma era masculinizante y que de practicarse, se perdería la fragilidad, considerada la “característica inherente al género femenino”.
En el siglo XX la mujer finalmente tuvo acceso al deporte a partir de la intervención de médicos higienistas que aseguraban que la actividad física le aportaría normas higiénicas y de alimentación saludable; pero todo este impulso se generó para mejorar la salud femenina con fines reproductivos (aumentar la tasa de nacimientos).
El proceso de inclusión de las mujeres en el deporte competitivo fue lento. Recién en el año 1900
pudieron competir en los primeros Juegos Olímpicos en tenis y en golf. El COI (Comité Olímpico Internacional) no quería incluir a las mujeres. Al comprobar el éxito que tenían algunas organizaciones independientes como los Juegos Mundiales Femeninos (1922-1926), decidió sumar el atletismo femenino en el año 1928 en los JJOO (Juegos Olímpicos) de Amsterdam.
El Barón Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos, expresó con respecto a incorporar a las mujeres en este evento:
“La mujer en los Juegos Olímpicos? Impracticable, carente de interés, antiestético e incorrecto. La concepción de los Juegos tiene que responder a la exaltación periódica y solemne del atletismo, la lealtad como medio, el arte como marco, y los aplausos femeninos como recompensa”.
La cultura y los estereotipos sociales de género
El deporte ha sido reflejo de los avances y retrocesos de las sociedades en cuestiones de género y de la lucha de la mujer por una igualdad que aún está “en proceso”.
Los inicios del siglo XX fueron el comienzo de una carrera contra los prejuicios e intereses de turno. El derecho al voto, el divorcio, el acceso al mercado laboral, las diferencias salariales y la batalla permanente contra las violencias en todas sus formas.
Como ejemplo, en la década de los años sesenta, las carreras de calle y maratones eran solo para los hombres. Previo al año 1967 se creía que las mujeres eran físicamente incapaces de correr 42 kilómetros. La estadounidense Katherine Switzer se infiltró en la maratón de Boston inscribiéndose solo con las iniciales del nombre y el apellido, y corrió rodeada de amigos que evitaron que la saquen a empujones. Cruzó la meta de los 42 kilómetros, pero fue descalificada. En 1972 recién fuimos oficializadas como participantes en las maratones de Nueva York y Boston. En 1974 Switzer ganó la maratón de Nueva York y se transformó en un ícono de la lucha femenina. La maratón femenina se incorporó a los JJOO en 1984.
Una vez que la mujer se posicionó con algunos derechos, vino un período de construcción cultural y social lleno de tópicos sexistas en relación a cuál era el deporte para el varón: competitivo, violento y de contacto físico, y para la mujer: expresivo, creativo y delicado.
Las dos caras de la misma mirada:
El deporte siempre ha sido depósito de los prejuicios de lo que significa ser “masculina/o” o “femenina/o” desestimando el esfuerzo y las elecciones personales. Es el punto de partida para la estigmatización posterior. Esto responde a una mirada del cuerpo masculino atlético, fuerte, corpulento (funcional-productivo) y del cuerpo femenino elegante, débil, delgado y atractivo (estético-reproductivo).
Por otra parte, no hace mucho, en los JJOO de la Juventud 2018 en Buenos Aires, las jugadoras del equipo de Beach Handball debieron responder a la prensa durante días sobre el tamaño de su ropa que las dejaba “expuestas a las miradas”, y no sobre su performance deportiva, que era sobresaliente. Finalmente hicieron historia y se quedaron con la medalla dorada.
Muchos avances se vienen realizando con respecto a la participación femenina en las competencias gracias a diferentes políticas establecidas por el Comité Olímpico Internacional, los países, los avances científicos, tecnológicos y la lucha feminista.
Falta mucho recorrido para la igualdad tanto en el deporte como en los puestos de gestión y decisión de las organizaciones deportivas.
Los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018 han sido los primeros Juegos Olímpicos de la historia con paridad de género. Es un progreso y una prioridad del Movimiento Olímpico, y su implementación contribuye a las ambiciones en materia de igualdad de género que se detallan en el Objetivo de Desarrollo Sostenible N°5.
El logro para que tanto hombres como mujeres, niñas y niños, gocen efectivamente del derecho a la práctica del deporte se hace con cambios educativos y culturales.
Educación no sexista, no discriminatoria e inclusiva.
Por Silvina García Segura (Dirección General de Bienestar Universitario).-
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