Por Lic. Branko Aime | Docente UNLC
El presidente de los Estados Unidos utiliza una presentación sobre la situación del Covid-19 en su país para charlar con médicos asesores sobre tratamientos de la enfermedad. Les sugiere, en cadena nacional, cual charla de café, que les inyecten desinfectante en los pulmones a los pacientes porque “destruye el virus en un minuto”. La prensa internacional titula “Trump sugiere beber desinfectante para tratar el Covid”. Al otro día el presidente dice que era un chiste, que estaba siendo sarcástico, desmintiendo la versión de su propio gabinete sobre los medios sacándolo de contexto, como siempre. Ya era tarde: más de 100 personas fueron hospitalizadas por consumir desinfectante. La pregunta es clara, ¿cómo se llega a esta situación?
Sería ideal decir que este ejemplo es extremo y aislado. Pero durante los últimos meses de pandemia se acumulan cada vez más discursos políticos y situaciones de información pública que terminan en tragedia, en ridículo, o en una combinación de ambas y no modifican en nada la situación de quienes dieron los informes. En el centro, la cobertura mediática.
Durante el discurso de Trump un periodista le preguntó al presidente cómo podía estar conversando sobre rumores en medio de la conferencia, cómo podía estar hablando con tanta soltura cuando millones de personas veían esas conferencias buscando aliento y seguridad. Rápidamente Trump le responde “Sos fake news, sé quién sos. Yo solo estoy hablando de cosas que me parecen interesantes, no soy médico clínico, sólo una persona.” En un par de frases Trump logró una gran cantidad de cosas. Por un lado desarticuló una pregunta pertinente, y por el otro se desligó de las responsabilidades que tiene como presidente y además, ignorando a la médica que sutilmente le estaba diciendo que deje de decir locuras, puso el peso de las consecuencias en la comunidad científica, que no investigó lo suficiente para contradecir las barbaridades que estaba diciendo.
Es una de las estrategias preferidas del presidente. En el mundo de la pos-verdad, el dueño de la narrativa es quien crea la realidad. El ataque de Trump a la prensa fue su caballito de batalla durante las elecciones, y durante todo su mandato, y le dieron carta blanca para decir lo que se le antojó cada vez que abrió la boca. Entre otras cosas acusó a la OMS de pro-China. Sugirió que el virus era un inventó chino, y varias veces le quitó importancia al virus y a la necesidad de una cuarentena.
¿Qué importa si el presidente más poderoso el mundo habla sin medir la repercusión de sus palabras? Al final del día Trump puede echarle la culpa a los medios y vivir un día más. Y allí están los medios para respaldar esta idea. Titulando desmedidamente, jugando con la franca brutalidad de Trump, y aprovechando cada oportunidad para dejarlo en ridículo.
Hace cien años los estudios conductistas de comunicación señalaban que las personas son propensas a consumir lo que coincida con sus ideas previas. Con mucha más sutileza y profundidad, durante estos cien años se siguió pensando qué efectos tienen los medios en la sociedad. Hoy podemos ver que la caricaturización de Trump en los medios de la opo sólo refuerzan el desprecio de quien ya está convencido. Pero hay algo aún más importante: refuerza aún más el apoyo de propios.
Trump no es tan bruto, Trump no dijo lo que los medios titulan, es todo una operación para hacer quedar mal al presidente. Comentarios del estilo inundan las redes sociales y se replican con otros líderes en el mundo, Bolsonaro en Brasil tiene la misma carta blanca, incluso Alberto Fernández, y Macri antes que él, tuvieron el mismo tipo de apoyo en nuestro país.
La polarización discursiva construye líderes absolutos y diluye el contenido de cada discurso a perlitas para pasar el día. Ya nadie habla del desinfectante porque desde el 24 de abril Trump, Bolsonaro, Janine Añez, Piñera, y tantos otros dijeron otras barbaridades que valen la pena discutir en redes sociales.
El aislamiento social sólo ayudó a exacerbar eso que ya estaba allí. No tener otras distracciones nos obliga a saciar nuestra hambre por no ocuparnos en discusiones banales sobre los discursos políticos. Hace apenas pocas semanas que en Argentina estalló la batalla pro y anti Suecia. Alberto Fernández habló sobre el modelo sueco de anti cuarentena durante una conferencia, comparó cifras de muertes entre Suecia y Noruega y sus estilos de cuarentenas. Con ese comentario se desató una serie de discusiones sin sentido sobre las bondades de los modelos escandinavos entre personas que si siquiera saben el lugar en el mapa que ocupan esos países, alimentados por coberturas de largas horas en cada canal de noticias nacional. Mientras en el país explotaba la curva de contagios en las villas. Una semana después el primer ministro sueco decía que no habían hecho del todo bien las cosas, que esperaban un número de muertos pero no tan alto y crear inmunidad de manada pero no funcionó, y el noruego decía que no fue tan necesaria la cuarentena estricta, pero en Argentina ya nadie seguía esa línea de discusión, se había pasado al siguiente.
La escuela de Frankfurt explicaba este fenómeno en los años cuarenta cuando describía la industria cultural como industria del entretenimiento y como cultura afirmativa. Ellos pensaban que entretener era mantener a las personas en la babia, mientras afirmaban lo existente, es decir no deseaban ningún cambio. Mucho más elocuentes que lo que se puede reproducir en este pequeño texto, ellos entendían que entretener era alienar, porque en el consumo las industrias culturales alejaban a las personas de su contacto con la realidad y con su propia alma, su esencia, y servían de este modo a mantener el mundo de la manera en la que sus dueños lo concibieron. De un pensamiento muy marxista, veían a los burgueses como dueños de la realidad y esclavos del propio sistema, también afirmando la cultura que los tenía como dueños.
Hoy vemos a este modelo más presente que nunca. El ministro de Salud chileno dice en conferencia de prensa que el Covid-19 podría mutar y ponerse buena persona. El gobierno de Ecuador confirma que los datos oficiales son falsos porque no pueden contabilizar los contagios y las muertes reales en su país. El Ministerio de Salud brasilero dice que va a dejar de informar el número de muertes y contagios porque es un despropósito y da de baja todos los sitios de datos oficiales, en Entre Ríos un periodista dice que él cree en la positividad así que ojalá se mueran los cuatro contagiados de la provincia y el virus así se termine. La sociedad no tiene tiempo ni de horrorizarse porque ya se pasó a un nuevo tema de agenda mediática, esta semana los runners en manada.
Esta pandemia es un caso de estudio único, no por el contenido de los discursos políticos, no por el nivel de barbaridad y desinformación que circula en las fuentes que deberíamos acudir para informarnos (no olvidemos los informes contradictorios y vagos con lo que la OMS trató la pandemia desde sus inicios) sino por desnudar una lógica que está presente desde hace años.
La pandemia nos demostró que somos esclavos del estilo. Consumimos para afirmar lo que pensamos. El contenido es accesorio a nuestra visión del mundo. Es apenas ejemplo en nuestras discusiones que son apenas momentos de placer que nos elevan de un mundo al que no queremos mirar. La pandemia va a pasar pero la lógica de confrontamiento banal que los medios y los discursos políticos reemplazaron por la realidad social no se va a ir a ningún lado. Y el peligro de esa lógica radica en la imposibilidad de una construcción sana y planificada de una sociedad más justa. ¿Cómo es posible discutir problemas de fondo en una lógica de enfrentamiento en la que primero debemos ponernos una camiseta? Ese es nuestro desafío.
Referencias:
-Lazarsfeld, Paul F., Berelson, Bernard y Gaudet, Hazel (1944) Capitulo 1 en “THE
People´s Choice: How the voter makes up his mind in a presidential campaign”.
-Horkheimer, May y ADORNO, Theodor, (1944) “La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas” en Dialéctica del Iluminismo.
-Schmucler, Héctor (1992) “Sobre los efectos de la comunicación”, en Sociedad. Revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, nº 1.
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